No sé… igual es que me lo parece a mí, pero da la sensación como de que el blanco y negro está “de moda” en el cine. Y cuando digo “de moda” no me refiero a artefactos puntuales de cara a la galería tipo “The Artist” (Michel Hazanavicius, 2007) o la muy nuestra “Blancanieves” (Pablo Berger, 2012), sino a una vuelta del blanco y negro como opción muy seria para contar grandes historias. Ya sé, siempre lo ha sido, y ya se ha hecho. A nadie se le va de la cabeza “La lista de Schindler” (Steven Spielberg, 1993), o alguno conocerá la “Juha” de Kaurismäki en el 99. Pero sí es sorprendente que dos de las mejores películas del año pasado lo hayan utilizado y, si a esto le sumamos que aún sigo cautivado por otra joyita en monocromo y recientísima que descubrí ayer mismo, pues resulta que, en lo poco que llevamos de año, todo lo bueno lo he visto es en blanco y negro… ja.
Pues de ello paso a hablaros, de esas tres películas con las que he arrancado este 2019 y las cuales debo recomendar antes de que se me amontonen.
ROMA, de Alfonso Cuarón.
Bueno, he dicho que iba a hablar pero de esta no lo voy a hacer. Entre otras cosas porque todo el mundo ya lo está haciendo y el objetivo no es aburriros. Solo un par de cosillas: sí, es buena idea verla; y sí, la escena de la playa (entre otras varias) es la leche.
1945, de Ferenc Török.
Aunque es de 2017, esta película húngara entra en el lote. ¿Por qué? Pues por la sencilla razón de que el uso del Black & White está plenamente justificado, se hace desde la plena convicción y el resultado es magnífico. También, como ya dije, porque la he visto este año… aunque eso es lo de menos. Lo de más es su capacidad para explicarnos algo tan complejo, crudo y de tan enormes dimensiones como el exterminio judío en la 2ª Guerra Mundial a partir de una historia tan sencilla y un escenario tan concreto.
Y es que resulta que, recién acabada la contienda, dos judíos llegan en tren a un pueblecito donde todo parece estar en calma, la felicidad reina por ser día de boda y el futuro (a pesar de la ocupación soviética) se extiende ante sus corazones como ese mismo sol de verano que todo lo ilumina y calienta. El jefe de estación, al verlos, pone cara de circunstancias, agarra su bicicleta y corre a dar la noticia a quien se nos ha presentado como el prohombre del lugar, casualmente el padre del novio. A partir de ahí, el pasado estalla como un torpedo bajo la línea de flotación de tan hermoso velero en su apacible navegar. Y no cuento más.
Puede que no se trate de una obra maestra y algún personaje resulte demasiado estereotipado, pero es un muy convincente relato de lo ocurrido una y otra vez a lo largo de la historia de esta humanidad nuestra y un recordatorio de que todo discurso es inofensivo en si mismo salvo aquél que apela a la mezquindad y la avaricia de la especie, pues siempre habrá quien esté dispuesto a secundarlo ante el silencio y el miedo de la inmensa mayoría.
COLD WAR, de Pawel Pawlikowski.
Ante una película así solo cabe ponerse en pie e inclinar la cabeza. Por lo que cuenta, por cómo lo cuenta, simplemente porque lo cuenta.
Parece que el director polaco ha regresado a su país natal dispuesto a escarbar y desentrañar cada resquicio de su historia reciente y de la propia historia del cine, y ya de paso elevar este último a las alturas. Lo hizo con la inesperada y maravillosa “Ida” (2013) y con Cold War da otro paso más en la misma dirección aunque cambiando de sendero, profundizando aún más en el conflicto de la identidad propia y colectiva, ahondando en el significado del concepto “libertad” y, sobre todo, perpetrando una oda al poder absoluto del amor sobre el devenir de nuestras propias vidas. En el fondo, la película es eso, una colosal historia de amor, tan contradictorio, incondicional y omnipresente como el amor entre sus protagonistas, su amor a la libertad (él) y el amor a sus raíces (ella), de amor por la música (ambos) y de amor por el propio cine.
Cada escena está cargada de significado, de emotividad, de belleza y de magnetismo.
La fotografía es espectacular, sin paliativos.
La banda sonora una delicia.
Vamos, que se me ve el plumero… así que me callo y os dejo que sigáis viendo lo que coño queráis ver, allá vosotros… yo me quedo a vivir en ella, al menos por un tiempo.
Como decía al principio, parece que el blanco y negro ha vuelto, lo que no es necesariamente bueno ni malo. Pero si lo sigue haciendo de esta manera espero, sinceramente, que dure.
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